jueves, mayo 19, 2011

Cuando la luz lo acecha,
el asesino se esconde, se retrae.
No busca sangre,
busca ideas cómplices para anular verdades.
Replegado en si mismo,
su sombra se deforma,
se reinventa y se alimenta de desgano.
Y ya nutrido de ser oscuridad muerta
y noche absurda,
cabalga alucinado
el desierto de la mediocridad infinita.
Y es su hueca herradura,
el espanto que sacude el silencio.
Su cabello el viento,
que silba aterrador en las ventanas.
Su sangre de ausencias,
volátil y disecada pudre el aire
y se adueña de nosotros.
La inspiramos, la exhalamos,
hasta que ya no vemos nada más.
O vemos todo.

2 comentarios:

D. Herque dijo...

Y lo cruel es que ese asesino forma parte de las caricias, de las tareas, de los pasos imprudentes, del invierno de los espejos, de todo aquello que resta por ser luz o sombra.

Beso.

Paco Rabadán dijo...

Cojonudo!