Cuando la luz lo acecha,
el asesino se esconde, se retrae.
No busca sangre,
busca ideas cómplices para anular verdades.
Replegado en si mismo,
su sombra se deforma,
se reinventa y se alimenta de desgano.
Y ya nutrido de ser oscuridad muerta
y noche absurda,
cabalga alucinado
el desierto de la mediocridad infinita.
Y es su hueca herradura,
el espanto que sacude el silencio.
Su cabello el viento,
que silba aterrador en las ventanas.
Su sangre de ausencias,
volátil y disecada pudre el aire
y se adueña de nosotros.
La inspiramos, la exhalamos,
hasta que ya no vemos nada más.
O vemos todo.
2 comentarios:
Y lo cruel es que ese asesino forma parte de las caricias, de las tareas, de los pasos imprudentes, del invierno de los espejos, de todo aquello que resta por ser luz o sombra.
Beso.
Cojonudo!
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